Y los sapiens por fin se tornaron simbiontes …
Y así la raza nueva de simbiontes repobló la tierra. Y el planeta todo se convirtió en una asociación de individuos animales y vegetales de diferentes especies. Y unos y otros sacaban provecho de la vida en común y se recreaban en otros mundos… Como si de un sólo organismo se tratara.

Nuestra relación con los árboles puede ser meramente funcional y utilitaria. Pero también energética y espiritual. Abrazarlos nos conecta con el campo electromagnético de la tierra y armoniza nuestro sistema eléctrico liberándolo del efecto nocivo provocado por las radiaciones artificiales. Además, los bosques están llenos de lo que se conoce como vitaminas del aire, que refuerzan nuestro sistema inmunológico y activan la circulación de la sangre.
Pero lo más interesante de todo, es que es perfectamente posible comunicarse y tener una relación espiritual con los árboles y las plantas en general. Estos magníficos maestros pueden ayudarnos a entrar en otra dimensión temporal de la realidad que nos permite sintonizar con el reino vegetal y el propio planeta y acceder a un conocimiento universal.
¿Cómo?
Porque como ya ha demostrado la ciencia las plantas son seres seres conscientes e inteligentes que sienten, ven, oyen, olfatean, tienen memoria, sentido del tacto y se comunican. Algo que es sabido desde antiguo y que recogen las cosmovisiones de los pueblos originarios. La relación entre los sapiens y el reino vegetal siempre ha estado muy presente en toda la historia de la humanidad, desde los druidas hasta los nemofilistas, exploradores del bosque que amamos su belleza, cobijo y protección.
Afortunadamente, de nuevo cada día somos más los que tenemos este tipo de relaciones: baños de bosque, silvoterapia, arboterapia, bosquicultura …
Las plantas nos dan la vida

Lo primero es reconocer que las plantas hacen posible nuestra existencia como forma de vida dándonos oxígeno, alimento, madera, fibras y agua.
En efecto, mediante la fotosíntesis las plantas captan los fotones provenientes del sol, el dióxido de carbono de la atmósfera y el agua y minerales del suelo y… ¡Alquimia! Los convierten en el oxigeno que respiramos y la glucosa con la que fabrican la materia que utilizamos para alimentarnos, alimentar a otros animales que a su vez nos alimentan, obtener la madera y las fibras que hemos utilizado la mayor parte de nuestra existencia para calentarnos, cocinar, construir nuestras casas, fabricar nuestras herramientas, etc etc etc
Generan agua dulce
Los bosques también nos proporcionan el agua y generan corrientes de aire regulando el clima a nivel global. Es lo que se conoce como bomba biótica.
Esto que ahora trata la ciencia de demostrar es algo que siempre se ha sabido. Allí donde hay bosques nativos, y más concretamente, bosques primarios, llueve, hay ríos, lagos, animales y la vida se manifiesta en todo su esplendor. Allí donde se tala el bosque nativo, desaparecen el agua y se reduce drásticamente la biodiversidad.
Pero es que además, los árboles lanzan a la atmósfera partículas que propician la generación de gotas de lluvia a partir del vapor de agua de las nubes. Y, en aquellos lugares donde la lluvia escasea en las estaciones secas, son también capaces de atrapar las neblinas del mar, convertirlas en agua y transportarla al suelo. Es el caso de este árbol que aparece en la foto, el olivillo, personaje relevante de la biodiversidad de los bosques templados de la costa Valdiviana.
Fuente de bienestar físico, emocional y espiritual

Las plantas, nos proporcionan bienestar espiritual, emocional y físico, no sólo a través del consumo alimenticio de sus deliciosos frutos y el deleite de poder percibir sus exquisitas fragancias, también son las medicinas que nos devuelven la salud o las drogas que nos divierten y nos permiten recrearnos o entrar en otros estados de consciencia.
Los árboles en particular, generan su propia electricidad y son magníficos conductores. El aire de los bosques está cargado con moléculas de oxigeno con una carga importante de iones negativos lo que se conoce como vitaminas del aire.
Esto es fundamental en un mundo en el que estamos aislados de la tierra por materiales sintéticos desde las mismas suelas de nuestro calzado, incluso en el campo, y además contaminados por todo tipo de radiación electromagnética artificial. Lo que nos produce todo tipo de trastornos físicos, mentales y emocionales.
Caminar descalzos o abrazar árboles nos conecta con el campo eléctrico del planeta, repleto de electrones libres negativos que nos permiten re equilibrarnos energéticamente y armonizar nuestro sistema. Como cualquier circuito, el nuestro también necesita una toma de tierra para no sobrecargarse.
Ésta práctica de conexión con el campo electromagnético de la tierra se conoce más por su nombre en inglés grounding o earthing.
Las plantas también generan fitoncidios o fitoncidas, compuestos orgánicos volátiles aleloquémicos antimicrobianos que lanzan a la atmósfera, la tierra y el agua.
Todo esto nos ayuda a estimular y armonizar el cuerpo y la mente reforzando el sistema inmune y activando la circulación de la sangre.
No obstante, si a la mayoría de nosotros alguien nos dijera ¡Estas hecho un vegetal! Lo consideraríamos un insulto. Significaría poco más o menos que tenemos el encefalograma plano, que no nos movemos, no pensamos, no nos comunicamos… Pero en realidad ¿Qué más sabemos que son capaces de hacer las plantas desde el punto de vista de la ciencia?
Las plantas se comunican entre sí y se ayudan unas a otras

Empecemos por la interesante comunicación que tiene lugar en los bosques y, concretamente, las plantas que más llaman nuestra atención por su tamaño visible, los árboles.
Todos los árboles de un bosque nativo antiguo están conectados entre sí a través de sus raíces y se comunican enviándose y recibiendo nutrientes como carbono, nitrógeno, fósforo… Y agua. También alelos químicos, hormonas, señales defensivas e información de todo tipo. Y lo hacen a través de la micorriza, las kilométricas raíces de los hongos que se entretejen formando una red que abarca el bosque completo. Los árboles dan una parte importante del azúcar que fabrican a los hongos y éstos a su vez dan nutrientes a los árboles. De esta forma, todos colaboran y se benefician mutuamente. Todos son simbiontes en una relación simbiótica.
Los árboles más longevos y de mayor envergadura, árboles núcleo o árboles madre, están conectados a cientos de árboles de su misma especie y de otras y alimentan y pasan su conocimiento a otros árboles que lo necesitan como aquellos que por su tamaño o edad no tienen experiencia o acceso al sol o al agua.
También sabemos que las plantas se comunican por el aire por medio de sustancias químicas volátiles. Son capaces de avisarse entre ellas cuando detectan la presencia de un depredador, sea este un antílope, una jirafa o un insecto. Así, pueden prepararse anticipadamente con una estrategia de defensa química contra el agresor o incluso llamar a otros insectos con los que colaboran para que las defiendan del atacante.
También tienen colaboradores o simbiontes “vitales”. Aquí mismo, en la Selva Valdiviana, rica en biodiversidad, hay numerosos ejemplos como el olivillo, cuyos frutos tienen que ser digeridos por el zorzal magallánico para poder germinar o el quitral de maqui, planta que crece en las ramas de otros árboles y cuyos frutos tienen que ser consumidos por el monito de monte y defecados en las ramas de los árboles anfitriones.
Las plantas son seres conscientes capaces de escuchar, oler, memorizar…
Todo esto es posible porque las plantas desarrollaron, mucho antes de que apareciera nuestra especie, sus propios sistemas para tomar decisiones, saber dónde están, escuchar, oler, memorizar… Pero sin necesidad de tener un cerebro, ni ojos, ni oídos, ni nariz … A continuación, describo algunos experimentos interesantes que lo demuestran. Podéis verificar todo ésto consultando los último experimentos científicos y los documentales de la Dra. Monica Gagliano, la Dra. Suzanne Simard, el Botánico Stefano Mancuso, Emmanuelle Nobécourt, Prof. Francisco Calvo y muchos otros.
Las plantas son conscientes de sí mismas. Son capaces de crear un modelo de su posición en el espacio, su posición en relación a otros organismos u objetos y en relación al tiempo. Una simple trepadora cómo la alubia, sabe perféctamente dónde está y hacia dónde tiene que crecer para alcanzar el soporte sobre el que trepar. Situada en una habitación en donde hay una barra a cierta distancia y nada más, siempre se moverá en la dirección en la que está ubicada la barra hasta lograr alcanzarla.
Las plantas tienen memoria. Son capaces de recordar acontecimientos para responder de una determinada manera cuando dicho acontecimiento vuelve a suceder en función de cuál ha sido su experiencia.
Las hojas de la mimosa, por ejemplo, se cierran ante un determinado estímulo del exterior para protegerse del peligro pero si detectan que dicho estímulo es inofensivo, en próximas ocasiones ya no gastaran energía en cerrar sus hojas. Uno de los experimentos consiste en poner a las plantas en una mini plataforma elevadora y ejecutar varias “caídas libres”.
En las cuatro primeras caídas las plantas cierran sus hojas pero en cuanto aprenden que no les pasa nada, dejan de cerrarlas. Después de hasta 28 días sin caídas, cuando se las deja caer de nuevo, recuerdan que no pasa nada y continuan sin cerrar las hojas en la caída.
Las plantas escuchan. Algunas. como la violeta persa, tienen un único polinizador, el abejorro, de tal forma que guarda el néctar encerrado en una cápsula y sólo la abre cuando escucha el particular zumbido del abejorro. Otros experimentos con prímulas han descubierto que éstas segregan un néctar mas dulce cuando escuchan el zumbido de las abejas aproximarse para ser más apetecibles y tener más posibilidades de ser polinizadas. Además producen una determinada vibración que representa una frecuencia de sonido concreto. Y esto ocurre tanto con las abejas de verdad como con la reproducción de su sonido grabado porque “lo escuchan”. También se ha demostrado que pueden escuchar el agua y las raíces crecen hacia el lugar del que procede el sonido de agua, aunque éste provenga igualmente de una grabación.
Las plantas tienen sentido del olfato. La cuscuta, una planta parásita a la que le gustan mucho los tomates, busca a su presa por el olor que desprende. Situada en un espacio en el que sólo hay un objeto y una tomatera, crecerá siempre hacia la tomatera, se sitúe en dónde se sitúe ésta. Si se coloca a la misma distancia entre una tomatera y otra hierva silvestre cualquiera que es menos de su gusto pero que también podría servirle, decide siempre también ir al tomate que es mucho más fácil de parasitar. Video.
Es decir, las plantas tienen consciencia de sí mismas y toman decisiones inteligentes de forma intencionada ejecutando acciones y movimientos para lograr sus objetivos basándose en la información de su entorno que perciben a través de sus sentidos.
¡Conecta con las plantas!
Pero ¿Cómo podemos conectar con las plantas si no hablan? Bueno, por poner un ejemplo de comunicación sin palabras, cuando uno está en plena adolescencia y se enamora perdidamente por primera vez ¿Es necesario hablar cuando las miradas se encuentran y permanecen unidas durante largo tiempo? Las miradas se captan una a otra, se experimenta esa embriagadora sensación de unicidad, nos sentimos completos y satisfechos y uno entra en otra frecuencia, en otra vibración que hace que veamos la realidad de otra forma, como nunca antes la habíamos visto.
Algo parecido sucede cuando en conexión con los árboles uno accede a la frecuencia en la que vibran las plantas y entra en su dimensión temporal. Y no, no es que hablen, como pudieran pensar las personas que no han tenido esta experiencia y que jocosamente y sin que necesariamente sea con mala intención, suelan preguntar eso de… ¡Qué! ¿Te han contado algo interesante los árboles? ¿De qué habéis hablado?
Esto es así porque hemos llegado a un estado tal de desconexión con el resto de los seres vivos que cuando uno tiene una relación con un árbol, cosa que se considera generalmente imposible, lo que se supone que está haciendo en realidad es dotar al árbol de cualidades humanas. O sea, como cuando uno utiliza el recurso literario de la prosopopeya para hacer hablar al lobo feroz de caperucita roja o al árbol del otro lado de la ventana en las películas infantiles de miedo. Es decir, estamos antropomizando al árbol porque ¿Cómo te vas a comunicar con un árbol? ¡Que raro!
Y si a pesar de que racionalmente nos hayamos convencido de que las plantas en general o los árboles en particular son seres conscientes e inteligentes, nos acercamos a un árbol y en realidad uno sigue sin notar absolutamente nada ¿Qué hacemos? increíblemente, hay miles de millones de personas a las que les sucede así. Cuándo ven o tocan un árbol, no perciben su presencia como el ser vivo consciente que realmente es, ni se plantean que pueda tener dignidad como tal ser vivo consciente, ven sólo su utilidad o el perjuicio que causan: un buen ornamento para el jardín, tantos metros cúbicos de leña, tantas estacas, tantos kilos de fruta, tantas mesas de madera, embarcaciones… También ven los árboles como un obstáculo para la vista o para la construcción de cualquier infraestructura o edificación, problemas de alergia, hojas que ensucian la calle, ramas peligrosas para nuestros tendidos eléctricos … En cualquier caso, ven “cosas” inertes como una farola que en vez de dar luz, da oxigeno y madera y que se pueden quitar, poner y utilizar sin más, porque no tienen la más mínima dignidad como seres vivos. No existen en “nuestra dimensión”. Sólo existen en cuanto a su perjuicio o utilidad para nosotros.
Y ¿Cómo podemos darle la vuelta y que más gente empiece a disfrutar de una relación auténtica con el reino vegetal?
Por una parte, aquellos que no tienen demasiada consideración hacia los árboles pero que simpatizan en alguna medida con esos seres y buscan tener nuevas experiencias, pueden fijarse en que somos muchos los que tenemos una relación muy especial con ellos. Sólo en las redes sociales, hay docenas de grupos que giran exclusivamente alrededor de nuestra relación con los árboles. Una relación entre sapiens y árboles que ha estado presente a lo largo de la historia y en todos los lugares del mundo. Eso, como posible argumento para despertar la curiosidad. Si tanta gente tiene ese tipo de relación y dicen que es tan satisfactoria …
Hay muchas personas que tienen su propia manera de relacionarse con los árboles o las plantas y han inventado o creado distintos protocolos de comunicación.
A mi modo de ver, la herramienta fundamental y la mejor llave para acceder a esa otra dimensión es ¡La imaginación!. Hay libros reveladores escritos al respecto como el de Stephen Buhner, “La inteligencia de las plantas y el reino de la imaginación”.
Hemos imaginado el ordenador o el móvil desde el que estas leyendo esto, las redes por las que viajan los datos o cualquier otra cosa de la que estás rodeado si estás en un entorno sapiens. Todas y cada una de las cosas de la realidad artificial de nuestro mundo humano, ha sido representada y concebida en la mente de alguien antes de que ese alguien por sí solo o en equipo las hiciera realidad. Todo nuestro mundo es producto de nuestra imaginación. Así de claro.
También puedes imaginar otro tipo de realidades y comprobar qué tan reales resultan ser.
Si de momento no puedes experimentar las sensaciones y las emociones que se desprenden de la relación con los árboles o plantas en general, verás cómo al poco tiempo de imaginártelo sí que consigues “notar” su energía y cuando menos te lo esperes estarás inmerso en una relación totalmente gratificante y enriquecedora en muchos aspectos, incluido el del acceso al conocimiento.
Otra perspectiva, otra dimensión. Cultiva el conocimiento antiguo
Porque para eso tenemos entre otras cosas el cerebro. Un procesador que consume una cantidad elevadísima de energía y que controla el equilibrio, el movimiento, la coordinación y toda la actividad mental necesaria para co crear y desenvolvernos en el mundo que hemos imaginado y materializado. Pero que también nos permite poder entrar en otras dimensiones temporales, otras frecuencias vibratorias. ¿Que no te lo crees? ¡Prueba a imaginártelo! No va a ser menos real que todas aquellas cosas artificiales y virtuales que nos inventamos constantemente.
Y es una realidad tan real como el efecto cámara rápida que usamos para acelerar un lapso de tiempo y mostrar en unos minutos lo que sucede en un día o una semana. De esta forma, podemos ver cómo las plantas se mueven e interactúan entre sí como si estuvieran en nuestra frecuencia y en nuestra dimensión temporal.
¿Qué conocimiento podemos obtener? Aquel que uno adquiere a través de las plantas, ya sea por observación y deducción lógica como por ciencia infusa.
Lo primero de lo que uno se da cuenta cuando está en un bosque sintonizado con la naturaleza es de que ¡Todos somos simbiontes! Y de qué si colaboramos, podemos construir un gran futuro juntos. Es de seres muy torpes e inmaduros morder la mano de quién nos da de comer.
Todos somos distintas formas de vida del mismo ser vivo. Creer que estamos separados es absurdo. Por ejemplo, es cómo si los queratinocitos, que representan el 80% de las células que fabrican el tejido epidérmico para crear la piel, teniendo consciencia de sí mismos, se creyeran “separados” e “independientes”. Independientes, por ejemplo, de los islotes pancreáticos, cúmulos formados por otras células distintas que se encargan de producir hormonas como la insulina. Sería ridículo. Porque los queratinocitos necesitan la insulina para sintetizar los hidratos de carbono con la que fabrican la proteína que forma la piel. Y viceversa, los islotes pacreáticos necesitan de la piel, la membrana que nos protege y regula nuestro intercambio de energía con el exterior. Ambos tipos de células son parte de un mismo organismo, el de cada uno de nosotros. Y nosotros somos parte del organismo que formamos con el resto de las formas de vida.
Los olivillos, el zorzal patagónico, la micorriza, nosotros mismos … Todos los que formamos – la vida – somos interdependientes. Debemos colaborar por el puro placer de sentirnos parte integral de la entidad a la que pertenecemos y para acceder a su conocimiento, que es el nuestro, porque somos parte de un mismo organismo.
Esa es una de las razones por las que tenemos un gran cerebro que nos permite procesar información en diferentes frecuencias vibratorias y acceder a distintas dimensiones temporales. Facilita que podamos tener una mayor consciencia del Gran Ser Vivo al que pertenecemos para acercarnos a su perspectiva de la realidad, a sus objetivos, su visión y su misión que son con los que más nos debería interesar sintonizar. A nada que hagamos un pequeño análisis, parece coherente pensar que somos un órgano más con una función concreta dentro de un gran organismo.
Pareciera que nos hemos distanciado de esa misión común. Quizás es que seamos una herramienta al servicio de la creatividad del Gran Ser Vivo, al que le chifla crear realidades. O que a través de nuestros satélites y cohetes espaciales, que son los suyos, la vida puede colonizar otros espacios. O vete tú a saber. Pero cuando estamos en el bosque vibrando en esa frecuencia tan armónica “algo” nos dice que sería muy interesante y útil que fuéramos capaces de preservar espacios vírgenes a los que podamos remitirnos para analizar modelos de éxito como las comunidades clímax de los bosques primarios. Y en los que nos sea más fácil conectar con las mínimas interferencias posibles.
Y precisamente, esa es la misión fundamental de Legado Primario como organización, aportar nuestro granito de arena para conseguir preservar espacios vírgenes en lugares como la Ecorregion Bosque Valdiviano y facilitar las condiciones para que la gente que es consciente de todo esto pueda entrar en sintonía biótica y alinearse con la gran red de inteligencia del planeta. Qué está ahí y es real.
No nos cabe duda de que de esto último depende que disfrutemos de una vida más grata y satisfactoria y quién sabe si quizás también de ello dependa la supervivencia de nuestra especie. Una especie de seres vivos tan modesta que nos autodenominamos a nosotros mismos como los homo sapiens sapiens. O sea, los sabios, sabios. Los que pensamos.
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